lunes, 7 de febrero de 2011

UN ADIOS al PUERTO de POSADAS

Al comienzo de este febrero, cuando ya se anuncia con gran propaganda la terminación de Yacyretá, recibimos también las últimas imágenes de supervivencia y despojo del Puerto de Posadas.

Habrá seguramente mucha más gente que podrá contar historias, reflexiones y anécdotas vividas en los muelles de este histórico sitio que hoy sucumbe bajo la piqueta “del progreso”.




Nos llegan a estas horas puñaditos de recuerdos por gratos momentos allí vividos.Unas veces embarcados en la lanchas, balsa o ferry, otras andando sus muelles y pontones.

Más de una vez buscamos por allí refugio para nuestros pensamientos o bien escapando del agobio de una noche veraniega, acudimos a respirar el microclima de su brisa ribereña.

“Liñadas” enroscadas en latitas de aerosol, cañas, latas con lombrices, una “radiocita” a pilas, un termo con mate y hasta una reposera plegable, eran nuestros pertrechos para bajar a los muelles tentando la suerte de la pesca, una vez que la actividad del tránsito transfronterizo se despedía hasta mañana.

Otras veces compartimos horas con el “Turquilo” Behar, sereno de la balsa de los Muniagurria, que con su infalible linterna nos mostraba los grandes sábalos y algún cachorro de surubí que se adormilaban junto a los oxidados cascos.

Allí recibimos o despedimos tantos amigos o parientes que volvían a su querido Paraguay o a nuestros propios coterráneos, que se iban a buscar a Encarnación “un corte de tela” para hacerse un elegante traje o vestido para el casamiento de una hija.

Allí aguardamos con vivas y aplausos a los intrépidos nadadores que por años desafiaron al Paraná para llegar triunfantes en el hoy tristemente malogrado cruce Pacú Cuá –Posadas.

Aquí se amarraron barcos históricos rumbo al Iguazú y otros que aguas abajo buscaron el frío horizonte de Malvinas.

Aquí también se cargaron a bordo sinfines de esperanzas de deportistas, que en pequeñas piraguas, se hicieron a la aventura de llegar a puro remo hasta el mismísimo Puerto de Buenos Aires.

Y en sus andariveles más de una promesa de amor sellada con un beso junto al río, se hizo costa firme en la vida de dos enamorados.

Como el chistar de un pucho que se apaga en el agua del remanso, la realidad nos llama al presente.

La altiva torre del puerto, último atalaya, ya casi no resiste los embates de un tiempo de demandas, que sólo pide y quita sin alternativa, tratando de sumergir todo rastro, toda memoria de una identidad misionera.

Un buen ejemplo

Vacacionar siempre es bueno.

Tomarse un tiempo de descanso, aunque sea breve, para distendernos de nuestras prácticas o profesiones habituales. O para mirar otros horizontes y espacios sin el apuro que nos demandan nuestras cotidianeidades.

Y es así como de repente vemos qué de nuevo se está haciendo en otras comunidades o cómo han resuelto alguna problemática que, a pesar de la distancia, nos son comunes.

Una escapada veraniega hasta la localidad correntina de Ituzaingó, nos mostró varios aspectos de una cuidada ciudad, conservadora de valores culturales insignes.

Caminando por sus calles nos detuvimos en reiteradas ocasiones frente a antiguas casonas que se mantienen conservadas y embellecidas para mostrarnos un aspecto arquitectónico emblemático, construida por una corriente poblacional, que dejó sus huellas en varias ciudades y pueblos del interior argentino.











En esta turística ciudad que convoca con sus playas de arena sobre el río Paraná a bañistas y pescadores, se ha puesto en práctica una campaña de rescate y revalorización del patrimonio urbano, incluyendo hasta el presente a casi cincuenta casonas, albergues testigos de un pasado floreciente o de hechos trascendentales para la identidad comunitaria.




Algunas aún son residencias familiares, otras albergan a entidades sociales o se las han acondicionado internamente para brindar alojamiento o servicios de hostelería.

De sus amplias habitaciones aún se escapan risas de niños o dejan entrever tras los postigones de sus amplias ventanas, una biblioteca cuidada o los brillos del cuarzo de las modernas tecnologías.

Con el tiempo y en el tiempo estas construcciones siguen transmitiendo el transcurrir de la vida de un pueblo.

Bien por los mentores de la iniciativa. Bien por los vecinos de Ituzaingó, Corrientes, que comprendieron que la memoria es la mejor huella que tenemos para poder reencontrarnos siempre con el camino de regreso a nuestra casa.

DETALLES

Muchos aspectos intervienen para concretar una obra.

Muchas “unidades” hacen al “todo”.

Para que ese todo se presente armonioso, atractivo, interesante, cada unidad debe estar en su justo lugar. Desde el objeto central presentado hasta la baldosa del rincón deben obtener la importancia y la atención adecuada.

Se nos viene este pensamiento para agradecer la atención que recibimos al visitar una calurosa mañana de enero, el Museo del Campo o Museo de la Memoria en Ituzaingó- Corrientes.



Ordenada muestra del pasado regional, donde se atesoran documentos, maquetas, fotografías, muebles, carruajes y un sinnúmero de utensilios cotidianos que nos llevan a memorar tantísimas jornadas vividas, personales o de nuestros mayores, para llegar complacidos a una convergencia identificatoria y de pertenencia.



Pero además, (y aquí viene a cuento nuestro pensar del comienzo) en cada una de las salas habilitadas, sus ventanales estan vestidos con artesanales cortinas. Todas diferentes, con motivos zoomórficos, naturales, etnográficos, que ornamentan pero que a su vez dan la luz necesaria para la ambientación.



Artesanías valiosas. Meticulosa tarea de agujas e hilos puestos en manos hábiles y creadoras.

Ante nuestra pregunta, quien nos oficiaba de guía, con humildad casi ruborizada, nos contó que, en sus ratos de espera, entre visitante y visitante, ella se encargaba de tejerlas.



Su nombre es Irene Benítez y hay que destacarlo. Es ama de casa, abuela joven, cuando el tiempo y el presupuesto ayuda, estudiante…

Y, obviamente, una cordial guía y recepcionista de este retablo de nuestra memoria.

Un lugar que vale la pena visitarlo.

Un “todo” de nuestra memoria bien ordenado y presentado por personas que se interesan en el mensaje cálido y compartido.

¡Qué detalle!

De buena tierra

Cada mañana, después de sus mates, cruza la calle Newbery su encorvada figura, para revisar su “chacrita” y sacarle los frutos con que el ennoblecedor trabajo premia a quienes cultivan la tierra.

Tiene casi 80 años, nació en la María Antonia, un paraje del departamento misionero de San Ignacio.

Dice que planta para el autoconsumo y para sus hijos y nietos, pero que siempre pone unas cuantas semillas de más para vendérselo a vecinos o conocidos.




Y la tierra labrada, que siempre es generosa, se embellece de verdes y formas, en el terreno que le prestó una vecina, justo frente a su casa.

A veces cuenta que está un poco cansado, que se le suele adormecer una pierna o que le está costando un poco dormirse por las noches, o que tanta lluvia de este año le ha hecho crecer la capuera y que seguro va a tener que pedir algo de ayuda para carpir el sitio…

Pero al otro día, otra vez calzará su sombrero “capi-í”, su balde amarillo y su azada para cruzar una y cien veces, de arriba abajo, el tupido mandiocal.

Suele ofrecer recetas de una buena “chipa-guazú” (torta de choclo). Decir que un buen dulce de zapallos, se prepara haciendo amanecer la fruta en agua con ceniza. Contarte anécdotas de cuando trabajaba “en la ex.-Picardo”…

Qué lindo es conocer gente de esta talla.

Que no le esquiva al trabajo cotidiano. Que no se entrega. Que se gana el pan o el pucho con el sudor de su espalda, aunque los años lo hayan corvado en huellas y achaques.

Se llama Víctor Guerrero. Vive en Candelaria.

Milagrosa Cangorosa

Su visualización en el monte bajo suele recordarnos a las hojas con que se arman las coronas navideñas para colocar como símbolo en las puertas de los hogares. Aquellas se arman con hojas de acebo o muérdago, cuyos folios también se parecen a la cangorosa.

Esta planta medicinal que crece natural y espontáneamente en Misiones, es muy requerida y utilizada en la zona como un importante remedio dentro del amplio vademécum que ofrece el monte.



La cangorosa o cancorosa –Maytenus ilicifolia- tiene hojas duras, alargadas y brillantes, con bordes dentados y espinosos, las que son utilizadas junto con corteza y raíces como auxiliar medicinal, con virtudes naturales para tratar acidez de estómago, gastritis, úlceras estomacales o como muy efectivas para aplicar sobre heridas y ulceraciones de la piel para su pronta cicatrización.

Tiene también difundida fama para tratar el cáncer, y en la República Federativa del Brasil se ha avanzado notoriamente en su uso para aplicar en tratamientos que buscan la cura de tan preocupante dolencia.



Un dato que avala la importancia de sus virtudes o potencialidades medicinales lo ofrece la pauta –según nos relataba en un curso ofrecido, el ingeniero Basilio Sawchuk Kovalchuk- de que un laboratorio japonés ha patentado un producto elaborado con extracto de cangorosa.

En nuestra región, la planta medicinal referida, crece en los monte bajos, suele preferir los suelos pedregosos y en muchas ocasiones hemos encontrado retoños arraigados muy juntos a la base de otros árboles de la floresta.

No es difícil de hacer crecer en macetas los plantines de ejemplares jóvenes, para que una vez desarrollados, podamos plantarlos en sitios definitivos. Para tal fin deberá considerarse que sus ejemplares adultos pueden alcanzar hasta cinco metros de altura y que se le ofrecerá algún reparo, por su sensibilidad a las heladas.

Tomamos un tere?

Un convite muy corriente en los días calurosos que transcurrimos:-“¿Tomamos un tere?”…

Apócope verbal que nos permite la pausa refrescante o el resguardo a una sombra para atenuar los rigores del verano.

Tereré. Mate con bombilla y agua fría. Así nació y como tal, en muchos sitios perdura.



Aunque ahora el líquido tiene un sinnúmero de variantes. Jugos, hierbas aromáticas o medicinales, jugos artificiales en sobre, limonadas, y hasta quienes se atreven: con gaseosas.

Dicen que el tereré lo inventaron los soldados paraguayos de la Guerra del Chaco, quienes para evitar ser descubiertos por el enemigo, no prendían fuego ni para calentar agua.

Yerba nunca faltaba en la mochila y el agua, era “natural de la vertiente”.

Así aún se sigue tomando en muchos sitios. Yerba, bombilla y agua de pozo fresquita y natural. Nada de hielo.

En la actualidad el tereré sigue siendo por aquí, la más popular de las bebidas del verano. En algunos casos ya se han incorporado las llamadas “yerbas compuestas”. Mezcla de yerba y hierbas medicinales con propiedades diversas.

Los quioscos también han sumado venta de hielo en trozos, para la jarra o el bidón térmico y hay hasta quienes te “alquilan” un equipo de tereré para tomarlo en la pausa necesaria de la siesta.

Si viene a Misiones, no deje de probarlo.

Muchos suelen tenerle cierto recelo, pensando en algún desorden intestinal, pero eso se supera cuando la primer “terereseada” empírica ha sido felizmente cumplida.

Como un símbolo de cordialidad y buena recepción, en ritual de atenuar los sofocones y la sed, (o tener la excusa para charlar un poquito más informalmente) la pregunta sigue repitiéndose: ¿Tomamos un tere?...