Desde aquellos tiempos hasta el presente, la chipa (o chipá, acentuado, como se la conoce en otros ámbitos de la antigua provincia guaranítica) ha recorrido innumerables caminos gastronómicos e incluso de ser una comida popular ya ha ingresado a los salones, sumándose al graneado menú del “buffet-froid”.
Los misioneros llamamos generalmente chipa a un pancito hecho de almidón o fécula de mandioca, con queso, leche y una manteca o grasa que se cocina horneándolo.
Por sus componentes, la preferencia de consumo es caliente o tibio, pero en algunas preparaciones más blandas o “soufflé” también se las consume frías.

El almidón de mandioca se obtiene por el rallado de los tubérculos de la mandioca a cuyo producto, se le incorpora agua y luego mediante el decantado se obtiene una pasta blanca. Una vez secada la mencionada pasta, se obtiene un polvo blanco de semejanza a una harina muy tamizada, que es el almidón.
Los hay artesanales y otros que se elaboran a escala industrial
Si bien en la actualidad se venden chipas en góndolas de supermercados, en panaderías y hasta se ha elaborado una pre-mezcla instantánea para hacer chipitas, todavía se la sigue preparando en los hogares como un deleite de la repostería casera.

También perduran los “chiperos” o “chiperas” que son los vendedores ambulantes que se suelen estacionar en esquinas con canastos o exhibidores vidriados y también hay quienes recorren la ciudad en bicicleta haciendo sonar timbres o bocinas identificatorias o regalándonos de viva voz su pregonar.
La chipa si bien tuvo su razón de ser como un tente-en-pié o un desayuno en plena marcha o viaje, sigue siendo aquí la preferida a la hora del mate.
Unas veces apoyo sólido de los amargos de la mañana y otras, esas delicias horneadas, tibias y compartidas con la visita o la compañera inseparable, que hace una pausa para compartir los matecitos de la tarde.

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