martes, 2 de noviembre de 2010

AMIGOS DE LA SIESTA

No me vayas a andar lagarteando por ahí…” nos solía reprender nuestra madre en algunas ocasiones para evitar nuestras correrías y travesuras en horas de la siesta.

Y ese “lagartear” trataba de trazar un ejemplar parangón con un verdadero aventurero de la siesta como lo es el lagarto overo (Tupinambís marinae).

Caballero andante de las siestas de verano, que trata de engullir cuanta cosa comestible anda por ahí y que le permita juntar las calorías o grasas suficientes para poder adormilarse en invierno al resguardo de sus cuevas bajo troncos y pedregones.

El lagarto overo o “teyú” como se lo denomina vulgarmente en guaraní, aparece en temporadas de calor por nuestros patios y jardines y tiene una tendencia marcada a la domesticación, porque acepta de buen agrado los alimentos que le podemos facilitar. Mientras no hagamos movimientos bruscos o acciones que supongan alguna reacción violenta, se acercan cautelosos a nuestros pies.



Entre sus enemigos naturales, siempre lamentable, está el hombre que tiende a matarlo simplemente por su aspecto de saurio oscuro o porque se le carga la culpa de ser un enemigo feroz de gallinas y sus nidales.

Es verdad que gusta de los huevos frescos que se le ofrece, pero si no se los ofrece o facilita con pollos y nidos sin protección de cercos y resguardos de cierta altura, el tan voraz reptil no deja de ser un pasajero estival más.

Es sí un buen controlador biológico de insectos, larvas, caracoles, babosas y otros seres que figuran en el menú del teyú.

Llega a medir hasta un metro y medio de longitud, suele correrse con sus congéneres en veloz marcha con su larga cola alzada al viento, son bastante territoriales y se reproducen, como sus pares reptiles, mediante huevos.

Parsimonioso miembro de la biodiversidad de la tierra misionera, comparte sus días veraniegos con nosotros.

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