domingo, 27 de noviembre de 2011

Una pausa en la siesta

Otra vez la proximidad del verano marca cuales son las horas del trabajo y la rutina y cuando, necesariamente, hay que hacer un alto y buscar el reparo necesario de la sombra. En aquella ciudad del altoparaná misionero, el silencio invade casi la totalidad de las casas a la hora de la siesta. Muy esporádicamente, un automóvil o un ómnibus, quiebran la quietud más allá de la avenida, buscando un rumbo hacia la ruta brillosa y sofocante. Un gurí juega silencioso en un arenero improvisado de la obra de la esquina, guardando reparos y sigilos para no ser descubierto en su traviesa aventura. Entre la amplia sombra que proyecta una añosa caroba, un pequeño grupo hace girar de mano en mano la frescura del tereré de hojas machacadas. Mientras que en la piscina, ahora carente de bañistas y chapoteos, un solitario benteveo ensaya una suerte de clavados y remojones. Vaya a saber que ancestral murmullo o huella genética, lo llama a apagar a él también el sofocón de la canícula y tal vez para no olvidar que es un lejano pariente mediterráneo del Martín pescador.

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