Tiene casi 80 años, nació en la María Antonia, un paraje del departamento misionero de San Ignacio.
Dice que planta para el autoconsumo y para sus hijos y nietos, pero que siempre pone unas cuantas semillas de más para vendérselo a vecinos o conocidos.

Y la tierra labrada, que siempre es generosa, se embellece de verdes y formas, en el terreno que le prestó una vecina, justo frente a su casa.
A veces cuenta que está un poco cansado, que se le suele adormecer una pierna o que le está costando un poco dormirse por las noches, o que tanta lluvia de este año le ha hecho crecer la capuera y que seguro va a tener que pedir algo de ayuda para carpir el sitio…
Pero al otro día, otra vez calzará su sombrero “capi-í”, su balde amarillo y su azada para cruzar una y cien veces, de arriba abajo, el tupido mandiocal.
Suele ofrecer recetas de una buena “chipa-guazú” (torta de choclo). Decir que un buen dulce de zapallos, se prepara haciendo amanecer la fruta en agua con ceniza. Contarte anécdotas de cuando trabajaba “en la ex.-Picardo”…
Qué lindo es conocer gente de esta talla.
Que no le esquiva al trabajo cotidiano. Que no se entrega. Que se gana el pan o el pucho con el sudor de su espalda, aunque los años lo hayan corvado en huellas y achaques.
Se llama Víctor Guerrero. Vive en Candelaria.
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