jueves, 9 de diciembre de 2010

NO ME CORTE LA PALMERA

En nuestra habituales caminatas del tercer domingo de cada mes, andando caminos aledaños u observando los paisajes periurbanos nos han preguntado los circunstanciales acompañantes “…¿por qué cuando desmontan un terreno o talan los árboles de un lugar, no cortan las palmeras?”.

Es aquí cuando les contamos el mito guaraní que avala tal acción.

En nuestra cultura autóctona perdura el rememorar que “…una vez, hace muchos, muchos años la tierra de aquí se cubrió por un gran diluvio y que en medio de semejante catástrofe los únicos que se salvaron fueron aquellos que oyeron el consejo de Ñanderú, que recomendó subirse a las palmeras por ser los árboles más altos de la selva. Allí incluso se les brindaría el alimento necesario para la subsistencia, hasta tanto las aguas se retiren”.

Por tal motivo, los trabajadores montaraces, que por lo general tienen un ascendiente guaraní, no tumban jamás una palmera del monte. “Es yeta –dicen- Gracias a ella se salvó la pareja original que siguió dando vida a toda nuestra gente”.



En consecuencia, aquí y allá, estas palmeras con sus más de 20 metros de altura, siguen coronando nuestros horizontes.



En Misiones y en gran parte de la región las palmeras a las que nos referimos son de dos especies muy populares e incluso brindan sus fibrosos frutos en abundantes cachos de más de 50 unidades, en estaciones diferentes.

Una de ellas, el pindó, -(Siagrus romanzoffiana)-con frutos chicos, ovales, piel suave, que adquieren al madurar un tono anaranjado, tiene un fuste largo, esbelto, rugoso y carente de espinas.

La otra especie es la que se conoce simplemente como “coco” o por su nombre guaraní de “mbocayá”-(Acrocomia totai)-. Tiene frutos esféricos, de unos 4 cm. de diámetro aproximadamente, cubiertos por una cáscara verde, quebradiza (como cáscara de huevo) que envuelve una pulpa comestible amarilla y pastosa.

Su fuste suele ser más voluminoso que su pariente anterior y está cubierto por espinas negras, brillantes y filosas.

De su semilla se extrae aceite para cosmética y elaboración de jabones en la República del Paraguay.

Esta semilla o “pepa”, que en su exterior es un hueso negro amarronado, en su interior contiene una pulpa blanquecina, fragante y sabrosa, que se utiliza en la región para elaborar una especie de “coco rallado” o bien es apetecida por los gurises siesteros como una golosina.



-“Navidad de Flor de Coco”

A propósito de este árbol y sus connotaciones, hay algo más para contar.

En las radios paraguayas y por esas facilidades de la permeabilidad cultural que tenemos aquí en la frontera, todavía es dable escuchar un tema musical con tonada de villancico que dice: “Navidad de flor de coco/ Navidad del Paraguay/el Pesebre ya está armado/ el Niño en su cuna está…/.

Esta letra alude a la costumbre del vecino país de adornar los retablos del Nacimiento con flores de palmeras, que se presentan en su plenitud estacional con magníficos tonos amarillo-dorado.

Diría que de alguna manera hacen la vez de gran estrella que traza su recorrido con magnífico color por un cielo de altos árboles subtropicales.

Hay también en este ornamento una mezcla sincrética donde se entrelaza la ofrenda al Niño Dios cristiano con la memoria tornada hacia el árbol mágico que por indicaciones de Ñanderú, cobijó a la pareja original guaraní en la contingencia del gran diluvio. Aquel acontecimiento fue también una Alianza con la vida y la oportunidad de renacer en la tierra sin mal.

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